Mi review sincera de la Fujifilm X100VI

Llevaba mucho tiempo detrás de esta cámara. Y ahora que por fin la tengo en mis manos, tengo que decir que ha sido una de las mejores compras que he hecho en los últimos cinco años.
No me malinterpretes: he comprado equipo profesional que me encanta y que me ha hecho la vida más fácil. Pero ese equipo es exactamente eso: equipo profesional que uso para trabajar.

La Fujifilm X100VI es una cámara que no puedo imaginar usando para trabajar.
Se puede usar como equipo profesional, porque evidentemente tiene las prestaciones necesarias para ello. Pero creo que todos sabemos que no es una cámara diseñada con ese propósito en mente.

Esta es mi cámara.

Sí, en negro. Me parece un color muy elegante. Es una cámara preciosa, seamos honestos.
Para mí, la Fujifilm X100VI es más que una pieza de equipo: es una invitación.
Una invitación a salir, a observar, a desacelerar y a fotografiar.

Algunas cámaras parecen exigir una producción a su alrededor: luces, montajes, asistentes, planificación infinita.
La X100VI es justo lo contrario.
Te hace querer llevarla contigo a todas partes, disparar por el simple placer de hacerlo.

Hay algo liberador en una cámara que elimina las excusas.
Sin mochila pesada, sin infinitas opciones de objetivos — solo un objeto pequeño, bellamente diseñado, listo para cuando llegue la inspiración.

Me recuerda por qué me enamoré de la fotografía en primer lugar: la simplicidad de ver algo, levantar la cámara y capturarlo antes de que el momento desaparezca.

Eso es lo que más me gusta de la X100VI. No solo hace fotos — te hace querer hacerlas.

Lo que me encanta de esta cámara

Lo que más me gusta de la X100VI es que consigue ser a la vez bella e inspiradora. Es una cámara que te invita a usarla. Solo con tenerla en las manos te entran ganas de salir y empezar a disparar. En una industria donde gran parte del equipo se siente puramente funcional, la X100VI destaca como un objeto de diseño: algo que realmente disfrutas llevar contigo.

Y ahí está precisamente el punto: desaparece dentro de tu día a día. Puedo llevarla a cualquier parte sin pensarlo dos veces. Sin mochilas pesadas, sin dudas. Simplemente está ahí, lista para capturar lo que ocurra. Esa idea —tener una cámara conmigo todos los días— resulta liberadora. Transforma la fotografía en lo que debería ser: espontánea, intuitiva, parte de la vida cotidiana en lugar de solo del trabajo o las sesiones planificadas.

Por supuesto, no se trata solo de portabilidad. La calidad es extraordinaria. Tanto en foto como en vídeo, el rendimiento está a un nivel que todavía me sorprende, incluso después de años trabajando con cámaras de gama alta. Las simulaciones de película de Fujifilm y las recetas personalizadas añaden otra capa de magia. Permiten crear imágenes que ya se sienten cinematográficas directamente desde la cámara, con colores y atmósferas que me recuerdan por qué me enamoré de la fotografía.

Y luego está el vídeo. Tener este nivel de calidad en un cuerpo tan compacto casi parece injusto. Para alguien que trabaja tanto en fotografía como en cine, ese equilibrio no tiene precio. Significa poder moverme con fluidez entre imagen fija y movimiento, sin sentir limitaciones.

Para mí, la X100VI es más que una herramienta: es un recordatorio. Un recordatorio de que la fotografía no tiene por qué ser complicada ni pesada. Que la creatividad puede vivir en lo cotidiano. Y que, a veces, la mejor cámara no es la que tiene la ficha técnica más larga, sino la que realmente te inspira a crear.


¿Merece la pena?

Para mí, la respuesta es sencilla: absolutamente sí. La Fujifilm X100VI no solo vale la pena, es el tipo de cámara que te recuerda constantemente por qué te apasiona crear imágenes. Es raro encontrar un equipo que combine diseño, portabilidad y calidad profesional sin compromisos, pero la X100VI lo consigue.

Por supuesto, hay otras cámaras con más objetivos, más botones, más especificaciones. Pero ninguna me hace querer hacer fotos como esta. Y al final, eso es lo que realmente importa. Una cámara solo vale tanto como la inspiración que te aporta — y esta te invita a llevarla contigo, a usarla y a crear con ella cada día.

Así que sí, vale totalmente la pena. No solo como herramienta, sino como compañera para quienes quieren vivir la fotografía, no solo trabajar con ella.

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